Se sabe que la inspiración es lo más inoportuno de la tierra, o mejor dicho, del cerebro humano: eso de estar en la cola del súper e imaginarte tu obra maestra o los versos más tristes, es una reverenda... mala suerte. Por eso el hombre ha tomado escenarios físicos y momentos "mágicos" para llamar a sus "musas", cuya rutina consiste en rascarse hasta la soriasis, y así componer y crear lo que ellos consideren "arte".
Lo malo de estos días, es que no podemos encontrar la inspiración en cualquier parte, menos en esos lugares que antes pensábamos que eran maravillosos para recitarle un poema a la minita que te gustaba, o para declararle tu amor o cortar con tu novio. Sucede que los inconvenientes son muchos, ya son varios los Locus amoenus (o lugares amenos) donde nos salta la chispita. Qué te cuento que seguro que estás en el baño leyendo la etiqueta del desodorante antimanchas antitranspirante antipelos antichivo olor a sopa y de repente se te ocurren tres versos en octosílabos rememorando la lucha femenina en el siglo XX. Quién diría!! Te estás echando una meadita y te sale como chorro de la cabeza la imagen más copada perspectivamente para que eso que es una rodilla, en realidad se vea como una goma. O cuando lavás los platos, o bañas al perro, o deshuesás el pollo te aparece la novela que va a revolucionar la literatura, el Quijote de la nueva era, que le va a serruchar el piso a Borges, pero de acá a Indonesia.
Pero NOOOOOOOOOOOOOOO, ni ahí que te salga algo si te vas a un descampado lleno de violetas con un arroyito inmaculado que no conoce ni el mismísimo Bear Gryll, ni loco tu cerebro va a carburar cuando le estás acariciando la espalda a la copia de la Venus de Milo que está recostada en tu cama, durmiendo como una doncella. No, parece ser que los mejores momentos los disfrutamos en blanco, en el momento y el resto del tiempo nos las pasamos recordando éstos instantes, alterándolos de tantas maneras posibles que los terminamos haciendo poesía.
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